Una Turista en Londres

No había regresado a Londres desde hace 18 años y me tocó hacerlo hace unos días, en compañía de mi esposo y mis dos hijas, justo cuando el mundo se enteró de la muerte de la Reina Isabel II. Vaya suceso histórico que provocó que nuestro viaje fuera aún más especial. Durante varios días, como turistas, pudimos ser testigos de lo que se vivió en torno a este acontecimiento y sentir la vibra de una ciudad en duelo.

Si bien se sabía que este momento llegaría algún día, no se esperaba el anuncio de “La Reina ha muerto”. Sólo dos días antes se hablaba del encuentro que sostuvo, en el Castillo de Balmoral, Escocia, con la nueva Primera Ministro, Liz Truss.

Tan no se esperaba, que el 7 de septiembre visitamos la Abadía de Westminster, junto a otros cientos de turistas de diversas nacionalidades, sin imaginar que en cuestión de horas ese recinto se convertiría foco de atención para el mundo entero. 

Todo parecía cumplirse como lo habíamos planeado -reservas con meses de anticipación-, pero el día 8 comenzó a difundirse la noticia sobre la muerte de la soberana y una vez confirmada, en cuestión de horas recibimos un mail sobre la cancelación de nuestra visita que teníamos para días posteriores al Palacio de Buckingham. Esta visita sólo se puede realizar cuando la familia real está de vacaciones en sus otras residencias, es decir, uno o  dos meses al año. También nos informaron que el reembolso se haría a la brevedad, lo que sucedió.

Pronto fueron notables las banderas a media asta, portadas alusivas en los principales periódicos y revistas con la semblanza de la reina y la próximacoronación del nuevo Rey Carlos; también se observó el cierre temporal de recintos oficiales y lugares icónicos para la realeza y, en los aparadores de los comercios, fueron todavía más evidentes los souvenirs: desde las tazas para el café o té, hasta los imanes y bolsas de colección.

Nos sorprendió –de manera grata y nostálgica– el cariño y la admiración real de la gente por la Reina. Lo que presenciamos como simples turistas y lo que escuchamos durante las transmisiones en vivo de los noticieros sobre la ceremonia fúnebre fue, sin duda, asombroso. Nos invitó a reflexionar sobre todo lo que se dice y se muestra de la Monarquía en películas y series de algunas plataformas, porque tanto el cariño como duelo de los británicos estaban desbordados.

Desde el más pequeño local comercial hasta la boutique de una prestigiada marca, universidades, museos e instituciones privadas y públicas… en toda la ciudad había una imagen, distintivo o frase mostrando respeto y agradecimiento.

No faltaron los minutos de silencio, niños conmovidos y choferes de taxi preguntando nuestro sentir por el suceso.

Al igual que otros turistas, quisimos ser parte de lo que se estaba viviendo, así que firmamos en los libros de condolencias que se colocaron en los principa les museos e hicimos horas de filas para pasar frente al Palacio de Buckingham y así unirnos al pésame.

No importaban credos, edades, nacionalidades, intereses económicos o políticos. Simplemente fuimos copartícipes de un momento histórico y de hacerle honor a una mujer que, de acuerdo con los locales, sabía escuchar, se tomaba el tiempo para ver los ojos a su interlocutor y, además, tenía sentido del humor.

En los parques y monumen- tos vimos un sinfín de flores, cartas, muñecos de peluche y hasta sándwiches que le dejaban niños con recados en los que se leía: “te vamos a extrañar”.

Regresamos a México un día antes del funeral, cuando la ciudad ya presentaba complicaciones en temas de transporte y servicios debido a la cantidad de gente que llegó para cubrir el suceso o para estar presente.

Hubo que cambiar de planes en varios momentos, pero volvimos satisfechos de haber podido ser parte del colectivo internacional que le dedicó de manera sencilla un adiós al Reina Isabel II.